10.7.06

te cuento un cuento

Érase una vez un joven llamado "petit toixonet" que vivía en un planeta muy pequeño. Era un planeta tan tan pequeño que sólo tenia un pequeño volcán y una rosa. El único trabajo que tenía el joven era limpiar el hollín y las cenizas del volcán y mimar a la rosa. La rosa era su vida, su amor, su leif motiv. Durante el día le hablaba, la regaba si tenía sed, le ponía música o hasta le leía libros. Por la noche, cómo refrescaba mucho, la cubría con una mampara de cristal de Bohemia construida especialmente para ella.

La rosa quería ver mundo, visitar otros países, ver otras gentes pero el joven no lo entendía. Sabía que ella era feliz con su compañía, sentía que se querían y no llegaba a comprender porqué ella anhelaba irse.

Una noche, la rosa le dijo al joven que no la tapara, porqué últimamente tenia demasiado calor y quería pasar una noche al aire libre. Y a la mañana siguiente ya no estaba. El joven se volvió loco, se preguntó que había hecho él para merecer tal agravio, siempre había querido a la rosa y la había mimado hasta la saciedad. Entonces decidió buscarla por todos los planetas del universo hasta dar con ella.

En el primer planeta que visitó, sólo encontró un hombre delante de su ordenador. Este hombre se pasaba horas y horas tecleando, programando, escribiendo, chateando sin parar. El joven le preguntó por la rosa, y el hombre le contestó:

- Qué és una rosa?
- Es algo precioso, el centro de mi vida, lo que mas aprecio en este mundo.
- Entonces debes hablar del ordenador, pero este es mío y sólo mio así que sera mejor que no te acerques

En el siguiente planeta, se encontró a otro hombre delante de un espejo. Se pasaba horas y horas mirándose, arreglándose, poniéndose cremas, depilándose, peinándose y volviéndose a mirar. El joven le preguntó por la rosa a lo que el hombre contestó:

- Qué es una rosa?
- Es algo precioso, el centro de mi vida, lo que mas aprecio en este mundo.
- Entonces debes hablar de mí, porque está claro que soy lo más bonito del mundo, lo que más aprecio del mundo. Pero ni loco me vendría contigo a un planeta sin espejos!

El joven empezaba a sentirse frustrado y confuso. Frustrado por no encontrar la rosa, y confuso por ver cómo tanta gente en el universo podía vivir sin una rosa y aún así no querer encontrarla. Entonces el joven decidió que visitaría un último planeta y que si no la encontraba se volvería para casa.

En este planeta, el joven encontró grandes ciudades, grandes mares y bosques cada vez más pequeños. Era un planeta muy sucio, no entendió porque sus habitantes no lo limpiaban con el poco tiempo diario que requería. Pensó que si visitaba una ciudad le sería fácil encontrar alguien que le ayudara. Craso error. Allí nadie le hizo ni caso, todos los habitantes iban a la suya ignorándole.

Abatido y desolado, el joven abandonó la ciudad para marcharse para casa. En las afueras de la ciudad se encontró con un perro en el borde de un camino. Parecía hambriento, y cómo el viaje del joven llegaba a su fin, decidió darle al perro los restos de provisiones que llevaba. El perro le preguntó por las razones de su viaje, y cuando el joven se las contó le dijo:

- Quizás yo pueda ayudarte a encontrar lo que buscas, aunque quizás no sea lo que esperas encontrar.

Y le indicó que siguiera el camino y que buscara detrás de una colina cercana. El joven emprendió el camino raudo y veloz. Cuando cruzó la colina, no se podía creer lo que veía: un campo lleno de flores. Había flores de todos los colores, de todos los tamaños, flores increíblemente preciosas, tanto o más que su rosa. Se paseó por el campo, mirando todas las bellas flores, hablando con algunas y fascinándose con unas pocas. Encontró a su rosa, que en medio de tantas flores le pareció una más. Entonces decidió quedarse ahí para gozar de la compañía de todas esas flores y poder disfrutar de todas y cada una de ellas. La rosa había decidido huir de su lado, y gracias a ello él había encontrado el paraíso. Pero cuando llegó la noche y estaban casi todas dormidas, sintió la necesidad de cubrir a la rosa con la mampara, cómo siempre había hecho, por si hacía frío y se resfriaba. Sintió que realmente sólo le importaba la rosa, que las otras flores por muy bonitas que fueran o por muy bien que olieran, nunca llegarían a ser para él lo que era la rosa. Así pues, la cubrió con la mampara y se fue a dormir a una cabaña cercana.

Por la mañana al despertar, volvió al campo y quedó atónito de lo que encontró. Sólo quedaba en pie la rosa, dentro de la mampara. Todas las otras flores habían sido arrasadas por el viento, excepto la rosa que se había salvado gracias a él.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Me gusta mucho como escribís!!!!
Me gustaaaaa.
Te voy a empezar a leer, más seguido.

Entré acá porque realmente te conozco del blog de Rafa (ezcritor), y bueno mi intención era que me informes si tenés alguna novedad de el o si sabes que pasó, o si se puede entrar en mi cabeza ya que yo no puedo.

Espero que empezemos a charlar!

no-me-nombres@hotmail.com

Zooma dijo...

¡Por favor… píntame un cordero!